25, diciembre, 2024
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Navidad for export: las monjas argentinas que llegaron con sus dulces al Vaticano

De un convento en Victoria directo al Vaticano. Las monjas for export, que no sólo llevaron su pastelería artesanal y premium a Roma sino toda su filosofía de vida para cumplir con un encargo que les encomendó el Papa Francisco.

La historia de las religiosas de la Abadía de Santa Escolástica es muy singular y en los últimos meses sumó un capítulo más que destacado: Francisco las convocó directamente para que se hagan cargo del monasterio donde pasó sus últimos días el Papa emérito Benedicto XVI.

Pero para llegar a Roma, primero hay que empezar por San Fernando.

En el barrio de Punta Chica de esta localidad del norte del GBA se inauguró en 1945 el monasterio de monjas benedictinas de la Congregación del Cono Sur. Ocupa una manzana, y la construcción es bellísima. El claustro de estilo románico, con bóvedas y capiteles, con la simple iglesia de paredes blancas, vitrales y la imagen de la virgen sentada dominando todo, donde las religiosas celebran cotidianamente la eucaristía porque, explican, su principal trabajo es el de la oración.

“La jornada monástica está enteramente ritmada por la oración. Siete veces al día nos reunimos en el coro para alabar a Dios y rezar por las necesidades de la Iglesia y del mundo, empezando muy de madrugada, antes de la salida del sol. Hay una frase en la tradición benedictina que dice en latín ora et labora (reza y trabaja) que sintetiza bien la vida de una monja. Esta frase expresa muy bien nuestra vida cotidiana, una vida ritmada por las horas de oración y de trabajo”, explican las religiosas a Clarín.

En el Vaticano. Las monjas viajaron por pedido del Papa Francisco. Foto Gentileza Abadía de Santa Escolástica

El lugar –que puede visitarse para realizar retiros espirituales de entre uno y tres días– está rodeado de verde, tiene una biblioteca, salas para las actividades y una parte fundamental: los talleres.

“San Benito dice en la Regla que escribió para los monjes: ‘Somos verdaderamente monjes si vivimos del trabajo de nuestras manos’. Nosotras tratamos de vivir del trabajo de nuestras manos. Por eso dedicamos muchas horas al trabajo manual o intelectual”, siguen en un texto que escribieron juntas y en el que respondieron a las preguntas de la entrevista de este diario.

El monasterio de Victoria se inauguró en 1945. Foto Gentileza Abadía de Santa Escolástica

Entre los trabajos que realizan, están los talleres de arte, de encuadernación, de ornamentos litúrgicos y de hostias. Pero hay uno que las hizo famosas: el de repostería, que comenzó en la década del 90.

“Vimos la necesidad de empezar con una repostería artesanal para encontrar un medio estable a nuestra subsistencia. Se inició con unos sencillos alfajores, pastafrolas, alguna que otra torta y galletitas. Después se incorporó el pan dulce, que fue verdaderamente un éxito”, recuerdan las religiosas, y cuentan que con los años fueron sumando más productos hasta tener una amplia variedad de dulzuras todo el año y especiales para la Navidad y la Pascua.

La producción de pan dulce, en el taller de San Fernando. Foto Gentileza Abadía de Santa Escolástica

Las monjas ya no se llaman a sí mismas de clausura, como antaño, sino que prefieren autodefinirse como religiosas contemplativas. Su vida está dedicada a Dios y la transitan en el silencio entre los muros de la Abadía. Sólo salen para situaciones excepcionales. Como la que motiva esta nota.

El pedido de Francisco

Cuando Francisco era Jorge Bergoglio, el arzobispo porteño, conoció el trabajo de las monjas de Santa Escolástica. Y por eso, en enero de este año las llamó para ocupar el monasterio Mater Ecclesiae, enclavado en el corazón de los Jardines Vaticanos.

El edificio había sido encargado por el Papa Juan Pablo II en 1994, con la idea de que hubiera una comunidad orante dentro de la Ciudad del Vaticano e invitar a distintas comunidades contemplativas para que fueran rotando cada cinco años. Así se hizo hasta 2013, cuando tras su renuncia allí se instaló Benedicto XVI. Durante diez años, fue el Papa emérito el que ocupó la misión de la oración en ese lugar.

Pero tras su fallecimiento, Francisco quiso que la casa volviera a su finalidad original. “Vuelve a ser el lugar de residencia de las órdenes contemplativas para sostener al Santo Padre en su solicitud cotidiana por toda la Iglesia, a través del ministerio de la oración, de la adoración, de la alabanza y de la reparación, siendo así presencia orante en el silencio y en la soledad“, había informado a fines del 2023 el sitio Vatican News.

Una de las religiosas, trabajando en el taller. Foto Archivo Clarín

Francisco quiso que las primeras en retomar la tradición fueran benedictinas, en memoria del mismo Benedicto XVI, que había elegido ese nombre por su amor a San Benito y a la vida benedictina. Seis religiosas viajaron en enero a Roma, con la idea de quedarse allí unos tres años.

¿Cómo es vivir en el Vaticano? Aseguran que prácticamente no hay diferencias con lo que hacían en Argentina. “Se trata de vivir la misma vida que aquí, aunque con algunos matices, dado que el monasterio se encuentra dentro de los jardines del Vaticano”, dicen. Y enfatizan que mantienen idéntica rutina de oración y trabajo.

“El clima espiritual es muy fuerte en el monasterio. Es ante todo la Casa de Dios, y las que lo habitan son seres consagrados a Dios. El gesto más sencillo, como el de dar un vaso de agua, tiene peso de eternidad. De ahí también la atmósfera de silencio. El silencio no es tanto mera ausencia de palabras. Es otro tipo de silencio. Es ausencia de palabras vanas, de noticias superficiales o pasajeras. No es un silencio que aísla, que nos hace caer en el individualismo. Es un silenciar nuestro yo que siempre pugna por tomar delantera, un callar para poder escuchar al otro, para percibir mejor las necesidades y sobre todo para distinguir la voz de Dios que cada día nos señala el camino de la verdadera felicidad”, explican.

La receta secreta

En el Vaticano, como es un monasterio pequeño, las monjas no pueden hacer todos los mismos trabajos que en Victoria. Pero apenas se instalaron, replicaron a escala su taller estrella y montaron una pequeña pastelería en la que elaboran varios de sus productos, como alfajores, galletitas, torta inglesa, torta galesa, tortas de frutos secos y naranjas bañadas en chocolate. Y ya los están vendiendo dentro de la ciudad del Vaticano.

“Han sido recibidos con una importante aceptación. La gente los busca, no solo por la excelencia sino, sobre todo, por las manos que los hacen…. Cada vez son más solicitados. El tiempo irá diciendo”, pronostican sobre la posibilidad de repetir el éxito.

El pan dulce, el hit de las religiosas. Foto Gentileza Abadía de Santa Escolástica

En Argentina, de todos los productos de pastelería que hacen las monjas, sin dudas el pan dulce es la sensación. Es un pan dulce completamente diferente a los que se consiguen en el mercado, con una textura que evoca más a un budín, estallado de frutos, húmedo, delicioso. Han llegado a hacer 20.000 unidades por Navidad. Y tal fue la demanda, que tuvieron que abrir una sucursal en el pasaje de la calle Libertad 1240. En Roma todavía no se animaron, dominada la escena navideña por el tan típico panettone italiano.

Clarín preguntó en varias ocasiones cuál es la clave del pan dulce de la abadía y la respuesta que siempre obtuvo es la esperada: una fórmula que conservan en secreto las religiosas. Cuentan que este año, a su stock navideño que incluye stollen, torta Linz (de frambuesa y frutos secos) y variedad de turrones y chocolates, sumaron como lanzamientos el turrón de marroc y el turrón de Nutella.

El turrón que lanzaron para esta Navidad. Foto Gentileza Abadía de Santa Escolástica

Explican que son todas recetas tradicionales, originales y propias, elaboradas artesanalmente, en pequeñas tandas, para conservar la la calidad. “El secreto de la aceptación de nuestros productos está ante todo en el amor con que son elaboradas y en el uso de materias primas de la mejor calidad. Es un trabajo hecho desde la oración, con mucho esfuerzo y dedicación; tratamos de plasmar algo de la belleza y bondad de Dios para que los hombres al recibir estos productos tengan una experiencia que los trascienda, que les hable de la bondad y belleza de la creación, y por sobre todas las cosas, del Creador”, enfatizan las religiosas.

Y cierran su texto: “El mundo de hoy necesita especialmente una buena dosis de alegría. Sabemos que sólo Dios puede darla y a través de nuestros productos, hechos por amor a Dios, queremos que algo de ese amor llegue a las mesas de todos los argentinos, haciendo renacer en los corazones la alegría, el perdón y la esperanza de volver a empezar de nuevo”.

AS

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