Donald Trump sube al escenario bajo la música lúgubre de The Undertaker, el luchador retirado que lo entrevista una hora en su podcast, y a quien le cuenta su fanatismo por el boxeo, la lucha libre, las artes marciales mixtas. Hulk Hogan, ícono en los ‘80, habla en uno de los mitines de campaña. Luchadores actuales lo acompañan en sus presentaciones. Y Dana White, promotor número uno del negocio, es su gran maestro de ceremonias. ¿Nos falta algo? Si. Ya elegido presidente, Trump anuncia que su encargada en Educación será Linda McMahon, exesposa del viejo patrón de los luchadores. Nunca antes un espectáculo llamado deporte ofreció de modo tan abierto su plataforma, su público, su audiencia y su ilusión, al servicio de un candidato político. “El voto testosterona”.
La contracara apareció rápido. Linda McMahon ya tiene una primera denuncia por su pasado como jefa de World Wrestling Entertainment (WWE). Un empleado la acusa de no haber actuado contra el anunciador Melvin Philips Jr, ya fallecido, que reclutaba a los “ring boys” (armadores del ring), niños de entre 13 y 15 años, para abusar de ellos. No es nuevo. Hay que ver la serie flamante que Netflix, ante el cúmulo de nuevas acusaciones, tuvo que actualizar sobre el ex esposo de Linda: “Vince McMahon: el titán de la WWE”. El momento en el que McMahon se besa con una luchadora amante frente a la multitud, incluida su esposa, dopada con fármacos que le suministraba la propia deportista, que además era la enfermera de la futura secretaria del Departamento de Educación de Estados Unidos.
Otra última denuncia por acoso sexual obligó a McMahon a poner fin a su reinado de cuatro décadas y renunciar a TKO, la empresa que fusionó a la WWE con UFC (Ultimate Fight Championship), un negocio de 20 mil millones de dólares globalizado por la TV de cable. McMahon había sobrevivido a una investigación del FBI sobre los esteroides anabólicos que él mismo inyectaba, alcanzaba o permitía usar “al noventa por ciento de sus luchadores”, como cuenta uno de ellos (Bret Hart) en Netflix. Sobrevivió también a las muertes una década después de Eddy Guerrero (ataque cardíaco) y Chris Benoit (que, antes de matarse, asesinó a su mujer y su niño de siete años). Y a la investigación del USA Today que enumeró a 65 luchadores muertos desde 1997 a 2004, todos menores de 45 años, la mayoría de ellos dañados con tanta droga o por los golpes sobre el ring. McMahon prohibió que sus luchadores siguieran golpeándose con sillas en la cabeza.
Al circo de peleas guionadas de grandotes anabolizados de la WWE, la UFC le agregó acrobacias y más espectacularidad. Todo de la mano de Dana White, el nuevo socio de Trump, el promotor que este año debió acordar una indemnización judicial de 375 millones de dólares a casi dos mil luchadores que habían sido explotados por la WWE de McMahon. La UFC (eran otros tiempos) tenía cero reputación deportiva, era prohibida en 36 Estados y casi quiebra en 2001. “Pelea de gallos, pero humana”, la definió el senador John McCain.
Fue salvada por Trump, que llevó el circo a Atlantic City. El magnate protagonizó en 2007 una “pelea” con McMahon que incluía recorte de pelo y que tuvo picos de rating (la “Batalla de los multimillonarios” en WrestleMania, el Super Bowl de la lucha libre). Pero McMahon fue acumulando escándalos y poniéndose viejo. Y no importó que la WWE incluyera a Trump en su Salón de la Fama. Chau McMahon. Bienvenido Dana White.
La UFC de White ayudó a relanzar a Trump cuando el millonario sufría una catarata de condenas judiciales, incluido el asalto tras la derrota electoral de 2020 al mismo Capitolio que cuatro años después volverá a recibirlo como presidente. “Estoy en el negocio de los tipos duros, y este hombre es el ser humano más duro y resistente que he conocido”, lo elogió White. La nueva campaña incluyó la reaparición de Hulk Hogan (el gigante estrella de los niños en los años ‘80, “verdadero americano”, un amanuense de McMahon) arrancándose la camisa en el mitin último del Madison Square Garden, después de la filtración en la que el exluchador decía que podía aplicarle una de sus viejas tomas a “la india” Kamala Harris, la candidata rival.
Los demócratas, ironizan (y no tanto) algunos especialistas, podrían competir en 2028 con Dwayne “La Roca” Johnson, 52 años, exfigura de la WWE. Hoy estrella de Hollywood, “The Rock” es algo más moderado que sus viejos colegas. En el circo que hoy gobierna White no hay deportistas que se arrodillen, ni un LeBron James. Es una mentira-verdad que exhibe banderas, patria y machismo.
Mansión en Las Vegas y yate de megamillonario, Dana White es algo así como el nuevo “zar cultural” de Trump, el nexo con youtubers, influencers, podcasters y streamers de derecha que llegaron a un público más joven y ayudaron al triunfo reciente. Su última creación se llama “Power Slap”. Es un duelo de hombres “con mandíbulas grandes y brazos como jamones” que se someten a cachetazo limpio. Acaso algún día termine siendo deporte olímpico. Y consumo de una nueva generación que crecerá bajo la gestión educativa de Linda McMahon, la mujer que se ocupaba de “entretener a la familia” con sus luchadores anabolizados, un show de patadas y puñetazos llamado deporte.
Nota de Redacción: “Son tiempos muy difíciles para el periodismo”, decía Néstor Espósito. Hablaba de “una horda de energúmenos que dice cualquier cosa y jamás se retractan”. Compañero de agencias de noticias durante décadas, Espósito inició en Deportes y pasó a Judiciales, porque creía en la justicia (no tanto en Comodoro Py). Me consta que Néstor (“le necedad de vivir sin tener precio”) sufría el nuevo escenario porque él, profesional impecable, persona digna, amaba demasiado el periodismo. Murió el lunes. Tenía 58 años.
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