9, agosto, 2025
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Verónica Cangemi: La música me envuelve, me hace sensible

A lo largo de una noche que promete ser tan rigurosa como emotiva, el Teatro Colón se convertirá en escenario de una travesía musical por el Barroco europeo, guiada por la voz de Verónica Cangemi y el virtuosismo de la Orquesta Barroca Argentina. Con dirección del maestro italiano Andrea Marcon Giammaria, el concierto del lunes 18 de agosto reunirá piezas de Händel, Vivaldi y Telemann, figuras ineludibles de un período que transformó para siempre la historia de la música occidental. La soprano mendocina, referente indiscutida del repertorio lírico barroco, vuelve a presentarse en Buenos Aires con un programa que condensa arias emblemáticas, recitativos de poderosa carga dramática y obras instrumentales de altísima complejidad técnica, en manos de una orquesta concebida para proyectar al mundo la excelencia local. Es ella quien dice: “Este concierto para mí es un muy importante, primero, porque es el único concierto barroco que hace el Teatro Colón en el año”. Pero hay más: “Segundo, es importante por lo que lo hacemos con la Orquesta Barroca Argentina, que es una orquesta que yo cree en el año 2011, en la Universidad de Congreso en Mendoza, que es un encuentro de artistas argentinos que viven en el extranjero. Hicimos una repatriacion de los músicos en esa epoca y ahora nos volvimos a encontrar y rearmamos la Orquesta. Va a dirigir uno de los grandes directores del mundo barroco, que se llama Andrea Marcon Giammaria que es un especialista y el director de la Venice Baroque Orchestra, con quien trabaje más de veinte años y grabé en todos los rincones del mundo. Así que es súper importante para mí”. Y cierra su destaque del evento: “Estas obras se hacen poco en la Argentina lamentablemente, fue siempre mi especialidad, y hay algo que es muy llamativo: casi todos tienen artistas argentinos del mundo barroco, Argentina es un país que exporta una cantidad enorme de ese talento y eso es algo que acá no lo sabemos”.

Para Cangemi el Colón no es uno más. Cuenta una historia personal que marca la presencia en su vida: “Tenía cinco años. Nosotros vivíamos en Mendoza, y mis padres me llevaron a ver Shakespeare, Macbeth. Una ópera que para un niño era un plomazo. Pero el personaje fue tan increible… En esa época íbamos al gallinero, era mucho dinero. Vi esa ópera y cuando vi a la cantante salir y cantar el rol protagónico dije ‘quiero ser esa’. No lo olvidaré nunca en la vida. Y la primera vez que subí, creo que fue en el año 89, con la Asociación Wagneriana, que gané el concurso Mozart y entonces canté Mozart en el Colón. Me acuerdo hasta el día de hoy cómo subí y miré a esa nena de cinco años, diciéndole ‘Aquí estoy’. Cada vez que canto pienso en la suerte que tengo en llevar esta vida”.

—¿Cómo definirías el barroco?

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—El barroco es un período que representa a un movimiento cultural artístico. Se desarrolló en Europa a finales del siglo XVII y principios del siglo XVIII. Surgió como una reacción a los ideales del Renacimiento y se caracterizó por su dramatismo, por sus emociones intensas. Es un movimiento cultural que nació en el siglo XVII. Su arquitectura, por ejemplo, tiene muchos ornamentos: no se trata de una arquitectura minimalista. En la música pasa igual, exactamente igual. Está lleno de pequeñas notitas y de pequeños ornamentos, que se diferencia de una melodía mucho más minimalista, más tranquila, más belcantista que le llaman (del canto bello). Aquí todo muy ornamentado, como una pirotecnía de lo que es en la música. Es el rock del período (se ríe).

—¿Qué hay en esa pirotecnía que te conmueve y llama tanto?

—Comencé estudiando todos los repertorios como todos los cantantes, pero la estrategia de mi carrera cuando yo llegué a Europa, en ese momento, empezaba a ponerse de moda el modo barroco. Mis mánagers, cuando yo era muy joven, me dijeron que podría estudiar ese repertorio bien, que eso me abriría la puerta a muchos escenarios. Nació como una estrategia, ¿no? Empecé a descubrir ese período que era como el período del jazz, de la improvisación, que vos hacías una melodía y que después podías expandirte por la música, volando como un pájáro, haciendo –siempre dentro de las líneas– lo que quisieras con tu imaginación. Haciendo ornamentos, y dacapos que se llaman. Me empezó a fascinar ese mundo y lo encontré muy vinculado al mundo del jazz, porque los ritmos son muy interesantes, y aparte porque empecé a conectar con el estudio de ello al punto de hoy sentir que lo llevo en mi sangre.

—¿Qué sentís que permite el barroco, esa sensación de emoción que describís?

—Está diseñado para impactar, para sorprender. Porque todo el mundo, todo el tiempo, es provocado, y busca una respuesta espectacular, porque busca precisamente impactar permanentemente. La improvisación ayuda a eso: vos tenés una melodía y en esa melodía vas improvisando y teniendo ornamente. Esa melodía y esos ornamentos están cargados de drama, de colores, de éxtasis, de desesperación. No es una melodía tranquila. No busca representar la realidad como es. Busca que vueles, precisamente.

—En base a tu experiencia ¿hay algo descubierto de la música, que solo sentís que podrías haber sentido por tus años en diferentes escenarios?

—Desde mi experiencia, todo es un descubrir cada día. Uno estudía todos los días, por ende, hay hallazgos todos los días. El tiempo en la música, la vida en la música, es realmente descubrir. Decir y pensar: “Uy, ¿cómo pude descubrir esto ahora en algo que he cantado literalmente cientos de veces”. Y sucede. Y es maravilloso. Lo que sí puedo asegurarte es que en el mundo de la música, a la hora de la experiencia, cuanto más sincero uno es con la música, es más maravilloso para el público. Es una conexión que te permite acercarte a las personas que te quieren, que te odian, que te aceptan, que te desprecian. Es como una comunión. Descubrí que la música es tranformadora, que la música transforma a las personas, y eso no lo tenía identificado cuando era joven. Pensaba que cantar era para mí, descubrí que era como un medio, que podía tanto conectarme como transformar.

—Esa idea de ser un punto de pasaje es algo que sienten muchos vinculados a la música académica, considerando los momentos en que determinadas piezas fueron creadas hace siglos y que hoy las sigamos escuchando. ¿Podés expandir un poco más esa idea?

—La música está en cada uno, y cada uno la representa como puede. Lo que es maravilloso es que es como una meditación. Es como que te fuiste, no sos más una persona. Tenemos la suerte los artistas de poder ser este medio, e interpretar para el público lo que ya estaba escrito para que la gente lo sienta tal vez como fue en aquelo momento o, más importante, como es ahora. El hecho es que uno está para conectar, y es un idioma más, un idioma universal. La música te permite hablar con todos, es un lenguaje que todos entienden y es algo maravilloso.

—¿Qué te conmueve particularmente de la música en este momento de tu vida?

—Me hace sensible. La música me envuelve, me hace sensible y me hace pasar la vida con una gran felicidad. Quiero seguir existiendo porque está la música.

—¿Qué pensás que representa hoy el Teatro Colón en la cultura argentina?

—Es nuestra carta de representación mayor a la hora de la cultura argentina en el mundo. De hecho, cuando se elige un presidente, va al Colón. Cuando pasa algo importante, se busca al Colón. Es nuestra carta de representación. Hay que cuidarlo a la hora de lo que hacemos allí, y de qué manera lo hacemos. Creo que este tipo de conciertos son un poco distintos, pero muy acogedores, con muy alto nivel.

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