Un reputado psiquiatra (Miguel Ángel Solá) observa en silencio a su nuevo paciente (Maxi De La Cruz), alguien que acaba de ser elegido Presidente de la República, nada menos. El joven político, de impecable traje azul, camisa blanca y corbata roja, espera que el profesional le resuelva su problema. ¿Qué le ocurre? Cuando ensaya el discurso de toma de posesión, que debe pronunciar en breve, comienza a picarle furiosamente la nariz hasta el punto de realizar una sucesión de muecas grotescas.
En busca de una solución radical para tratar este singular padecimiento, ya ha consultado, en vano, a un otorrinolaringólogo y a un osteópata-acupunturista. Ambos sugieren que el origen de su picor parece ser psicológico. La repentina enfermedad, que le impide hablar a la población sin hacer el ridículo, lo obliga, como último recurso, a recurrir al terapeuta, a quien recibe en su despacho con el mayor recelo.
“¿Y esa picazón apareció de golpe esta mañana?”, pregunta el erudito. Pero el paciente está ansioso y sin paciencia exige que el médico encuentre una solución en el menor tiempo posible. “Yo no hago promesas que después no pueda cumplir. Soy psiquiatra, no político”, replica el experto en salud mental y la platea estalla en un aplauso a telón abierto.
Así de cáustico y humorístico es el diálogo de este encuentro ficticio que originalmente imaginó el español Ramón Madaula, en su pieza El electo, pero que los dramaturgos y cineastas galos -Mathieu Delaporte y Alexandre de la Patelliere-, también coautores de la obra Le Prénom, profundizaron y le dieron universalidad.
La propuesta resulta el vehículo ideal para reencontrar en la cartelera porteña a un actor de los kilates de Solá, radicado desde hace varios años en España.
El intérprete, a quien hemos podido disfrutar en una extensa y prolífica carrera artística que abarca el cine, la televisión y el teatro, protagonizó títulos memorables como Equus, El hombre elefante, Trampa mortal, Camino negro o El diario de Adán y Eva, por sólo mencionar algunos de sus trabajos para la escena. Y ahora regresó a Buenos Aires con esta invitación a la diversión que al mismo tiempo estimula a pensar.
Aquí compone a un hombre cerebral y pragmático, pero también atento y sereno. Justamente, su matizada y controlada actuación refuerza la credibilidad del personaje, que utiliza un enfoque psicoanalítico para diseccionar las relaciones familiares de su encumbrado paciente. Cual Sherlock Holmes buscando pistas, indaga en su vida para intentar comprender qué le provoca ese repentino tic. Sin duda, es una gran actuación de principio a fin.
A su lado, acertadamente, de la Cruz exhibe una caracterización más paródica, con gestos acentuados. Como si fuera un dibujo animado viviente, transforma su rostro con expresiones elocuentes. Pero al mismo tiempo, evoluciona de un ser revestido por la ambición y el poder, que siempre se ha negado a buscar sus grietas, hasta revelar una fragilidad emocional a flor de piel.
La dupla trabaja muy bien el vínculo de estas dos personalidades opuestas y complementarias: uno sobrio y tranquilizador, mientras que el otro transita el extremo opuesto, exaltado o incluso escandaloso. Ese marcado contraste beneficia el ritmo de la obra. Los dos se responden, se pasan la pelota como futbolistas y se turnan en el juego dialéctico para ganar ambos ventaja en el intercambio.
La calidad del espectáculo reside en la interpretación cuidada de los actores, fruto del director Max Otranto. En la impecable producción se destaca la sobria, elegante y funcional escenografía de Alberto Negrín, bellamente iluminada por el diseño de Carolina Rabenstein.
Ficha
Calificación: Muy buena
Comedia Protagonistas: Miguel Ángel Solá y Maxi de la Cruz Autores: Mathieu Delaporte y Alexandre de la Patelliere Dirección: Max Otranto Escenografía: Alberto Negrín Vestuario: Fátima Pra Funciones: Jueves a las 20.30, viernes a las 21, sábado a las 20 y 22, y domingo a las 20.30 en el Teatro Apolo, Av. Corrientes 1372.