“Marcos Tend lee 1984, de George Orwell, en una protesta en apoyo a los trabajadores de la empresa de neumáticos Fate. Buenos Aires, Argentina, 2022.” A otro Marcos (López), acaso con colores más estridentes, le hubiera pasado por la cabeza producir una imagen como esta. Pero la imagen no está construida, como sucede con la serie Pop Latino, por ejemplo, sino que es un instante, una especie de intromisión de la ficción en una escena de realidad densa. Tal cual lo que dice el epígrafe, lo que se ve es un militante que en medio del ruido que supone toda manifestación puede abstraerse para, al tiempo que sostiene el palo de una bandera rústica, sumergirse en la lectura de 1984, el clásico distópico de George Orwell, publicado en 1949 y republicado ad infinitum desde entonces, por ejemplo en esta edición de bolsillo. Marcos Tend lee con una concentración tal que el fondo desenfocado de la imagen convierte a la manifestación, a la niebla del choripán de barricada, en un tipo de biblioteca popular urgente.
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La foto es de Rodrigo Abd, dos veces ganador del Pulitzer, y no es foto-arte sino fotoperiodismo producido para la agencia Associated Press. Está colgada (esto es literal: colgada del techo, en un diseño expositivo pensado junto a Jazmín Tesone) en Arthaus en una muestra llamada Desvío. Como el protagonista de “Cinema Verité” (Serú Giran), la cámara y el ojo de Abd nacieron para mirar lo que pocos pueden ver. Lo que además sucede aquí es que como las fotos cuelgan sin información el visitante decodifica con lo que trae puesto. En mis coordenadas el hallazgo de Abd fue situado en La Paz, Bolivia, acaso en una marcha de apoyo al gobierno aymara de Evo Morales pero no. Solo cuando se llega a la revista Desvío (al final del recorrido) se lee el epígrafe escrito más arriba. La lectura callejera de 1984 no sucedió en la altura andina sino a pocas cuadras de donde Abd exhibe ahora esta escena, en medio de la city porteña. Mala mía, difícil desarmar la estructura que, sin la información, me hizo pensar que esta condensación de literatura y lucha pasó a 2000 metros de altura y no a pocos metros del río. Abd consigue así que el asombro estético ponga al descubierto también cómo estamos construidos. Doble acierto: las escenas tremendas e inesperadas (esta expo podría llamarse también Una temporada en el infierno o Show must go on) de todo el mundo y la revista de un único número que tiene la materialidad urgente del tabloide y responde, al fin, al oficio de Abd. Aunque en su escasa tirada se vuelve coleccionable, menos en el sentido fetichista del mercado del arte, que de lo que debe atesorarse porque se presume único, irrepetible.
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Marcos Tend leyendo 1984 en 2022 vuelve a probar que la creación del Gran Hermano de Orwell era pertinente en la posguerra atravesada por los experimentos totalitarios como en este presente caracterizado por el capitalismo de la vigilancia, el régimen de aceptación casi universal donde el panóptico tecnológico lo llevamos encima 24/7 (Jonathan Crary no hizo más que una reescritura en clave de ensayo de Orwell). Y la música pop de 1984 parecía responder a la categoría creada por la novela, incluso los hits, lo que podía llegar a escucharse en una discoteca eran “orwellianos”. En una de esas carambolas de Pinball o Flipper (uno ni sabe que es lo que lo lleva a disparar la bola plateada) llegué a esta foto en medio de una revisión de The Hurting, el tan desconsiderado álbum de Tears For Fears. Cuando escuchaba “Pale Shelter” en 1984 existía la Unión Soviética, la amenaza nuclear era cotidiana y, de forma indefectible, me enamoraba una y otra vez de la chica equivocada. Al mismo tiempo, esta canción me hacía volar (salir del mundo) y subrayaba la angustia de deambular sin rumbo por las arquitecturas de la sociabilidad (una inadaptación total a las discotecas donde había que ir). Pero “Pale Shelter” era eso: un refugio de luz pálida donde podía liberarme del peso de los mandatos de la adolescencia. Una canción liviana pero jamás light, una estructura de sintetizadores y ramalazos de guitarra criolla (Roland Orzabal tenía sangre argentina) que como la novela que Marcos Tend lee sostiendo el palo de una bandera rústica, nos cuenta el mundo de hoy, antes. Vivimos en 1984 aunque Ferro, como síntoma de la deriva de la clase media, ya no sea el David capaz de bajar a todos los Goliath del fútbol sino un alma en pena que purga su existencia en el limbo de la B.